BOLETIN IATROS, JUNIO
2018. (PRÓXIMO NÚMERO SEPTIEMBRE 2018)
CIRCULO DE CIBERLECTURA
INDICE.-
Noticias.- Informe Europeo sobre Drogas
2017: Tendencias y novedades
Comentario de libros.- Critical Thinking
Webs de interés.- Protección de datos
Artículo comentado.- El nombre de la botica
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Noticias.-
Presentado como la publicación
insignia del European Monitoring Centre
for Drugs and Drug Addiction, este informe presenta los últimos datos sobre la
situación de la droga en Europa y las respuestas que se han aplicado y ofrece
una amplia información y un análisis rico y multidimensional basado en los
datos y las estadísticas más recientes facilitados por los diversos países de
la UE. Algunos datos relevantes: las muertes por sobredosis por consumo de
drogas crecen por tercer año consecutivo en Europa después de que en 2015 se
registraran un total de 8.441 fallecimientos por este motivo, un 6% más que el
año anterior (7.950); se registra una creciente amenaza de los opioides
sintéticos de gran potencia y un aumento de la disponibilidad de cocaína; más
de 93 millones de europeos han consumido alguna droga ilegal a lo largo de su
vida.
Asimismo, la cocaína es la droga
estimulante ilegal más consumida en Europa, calculándose que 17,5 millones de
adultos europeos de 15 a 64 años (5,2% de la población) la ha consumido en
algún momento de su vida, con Reino Unido (9,7%), España (9,1%), Irlanda
(7,8%), Italia (7,6%) y Francia (5,4%), como los cinco países con mayor
prevalencia de consumo. En cuanto al consumo de cannabis en la misma franja de
edad, lo encabeza Francia (40,9%), seguida de Dinamarca (35,6%), Italia
(31,9%), España (31,5%) y Reino Unido (29,4%). La media europea se sitúa en el
26,3%.
El informe se acompaña de 30
Resúmenes por país, que ofrecen una visión de conjunto de la situación
respectiva de la droga y presentan una síntesis accesible online de las
tendencias y novedades nacionales en el ámbito de las políticas y las prácticas
sobre drogas aplicadas en los países europeos
Juan Medrano
Bilbao
Comentario de libros.-
Dwyer C.P. Critical Thinking.
Conceptual Perspectives and Practical Guidelines. Cambridge University Press. Cambridge 2017. 255 pag. Índice analítico, 450
citas bibliográficas aprox.
La definición mas sencilla de “critical thinking”, -pensamiento
crítico, o si se quiere, pensamiento evaluativo- es “reflexionar sobre lo que
hacer o en qué creer”, para lograr unos objetivos previamente establecidos.
Estos objetivos pueden en relación a la verdad (por ejemplo un científico), la
bondad (por ejemplo un bio-eticista) o la belleza (por ejemplo un artista). La
importancia de esta disciplina queda reflejada en la extensión de esta materia
en escuelas y universidades, así como la consideración que merece en múltiples
grados y máster en disciplinas tan variadas como abogacía, medicina,
enfermería, psicología, biología, físicas, y un largo etcétera, por no hablar,
claro está, de filosofía.
Dwyer es un activo investigador y docente en pensamiento crítico, y
nos propone la siguiente definición (pág 228): “proceso metacognitivo que
usamos para reflexionar sobre una situación, problema o argumento, consistente en un número de disposiciones y
sub-habilidades, (por ejemplo, análisis, evaluación e inferencia) que, usadas
de manera apropiada, aumenta las posibilidades de llegar a una solución lógica
a un problema, o a una conclusión válida en relación a un argumento” (otras
definiciones de otros autores las sintetiza en pág 58-59 y Tabla 4.3).
El libro de Dwyer realiza un recorrido histórico y contemporáneo alrededor
de esta disciplina, cuyo origen bien pudiéramos establecerlo en Sócrates y su
mayéutica. Aristóteles fundó la lógica con sus silogismos, y Bacon estableció
las primeras bases del método científico tal como hoy en día lo conocemos. Pero
además Dwyer nos ofrece un amplio periplo alrededor de las experiencias
docentes y los trabajos de investigación que se han realizado desde 1950 a la
actualidad, revisando los instrumentos psicométricos que tratan de medir la
capacidad de aplicar pensamiento crítico.
Dwyer distingue habilidades de
nivel bajo y de nivel alto, que serían habilidades necesarias para poner en práctica el pensamiento
crítico. Apela al modelo de Bloom y de
Romiszowski (pág 12-16)) que en esencia
proponen que hay dos tipos de conductas repetitivas, las que necesitan cierta
planificación “a medida”, y por consiguiente requieren adaptarlas a ciertos
condicionantes, y las que no lo precisan. Las que lo precisan requieren de memoria y
comprensión de una situación -(o un argumento)-, y por tanto memoria y
comprensión serían habilidades básicas.
Para ello se requiere reflexionar echando mano de habilidades como son la
inferencia, deducción, y juicio.
Entre las habilidades de bajo nivel le interesa particularmente la
memoria de corto plazo. La manipulación que hacemos de los materiales que
almacenamos en esta memoria inmediata nos permite transferir contenidos a la
memoria a largo plazo. Si existe un esquema o modelo cognitivo donde colocar
estos materiales se facilita enormemente la tarea de comprenderlos, como
también de almacenarlos. Con ello prevenimos una “sobrecarga” de la memoria, y
permitimos que habilidades de alto nivel puedan ponerse en marcha. En realidad,
afirma Dwyer, solo acabamos de entender algo cuando construimos cierto esquema donde
ubicar este conocimiento, y lo aprendemos (y olvidamos) varias veces.
Memoria y comprensión serían por tanto dos procesos conectados.
Añadiría en este punto que un músico aplaudiría esta conclusión, pues una
partitura solo la acabamos de comprender cuando la tenemos mas o menos
memorizada. El concertista construye algo así como un esquema de la obra que va
a interpretar, un esquema que recoge las partes que se repiten, los efectos
melódicos y de ritmo, etc. No solo hay que memorizar, sino que hay que
rememorar, tal como indica acertadamente Dwyer. Y hacerlo sobre un esquema -en el caso del músico, conocer en profundidad las escalas y acordes- ayuda mucho.
¿Cuáles son las habilidades de
alto nivel? Un Delphi de 46 expertos definió el pensamiento crítico como “el
propósito de realizar una reflexión judicativa reglada a través del análisis,
evaluación e inferencia” (Capítulo 4, y sobre todo Tabla 4.4 para una detallada descripción de cada
concepto). Pues bien, ¿cómo procedemos
en la vida cotidiana para practicar el pensamiento crítico?
Lo primero es tener una alta motivación para poner en suspenso
intuiciones, creencias o hábitos o simplemente prejuicios con los que tratamos
de dar una respuesta rápida a los retos cotidianos. Esta suspensión da pie a
que podamos examinar el soporte que tienen nuestras creencias o conductas, y si
están a nuestra disposición otras creencias o conductas mas acordes a los fines
que deseamos. En este punto permítame el
lector que ponga de mi cosecha una frase de William James, cuando afirmaba que
no hay peor enemigo de nuestras creencias que otra creencia igualmente nuestra
y de signo contrario. Por desgracia somos muy indulgentes con nuestras propias
creencias, por desorganizadas que sean.
Digamos que este aspecto es crucial para desencadenar reflexión
provechosa. Hemos de estar fuertemente motivados para no “engancharnos” a un argumento que nos apasione, o a un
proyecto que a primera vista nos atraiga, y examinarlo de manera desapasionada,
buscando fortalezas y debilidades. Eso solo lo podemos lograr cultivando la
meta-cognición, lo que en este libro aparece también bajo el epígrafe de
“auto-regulación” (pág 22-24). También serán estos procesos de meta-cognición
los que nos dirán si nos aproximamos o alejamos de las metas que perseguimos.
Dwyer distingue tres tipos de meta-cognición: lo que yo sé que sé
(metacognitive knowing), lo que debo hacer para saber (metastrategic knowing) y cómo debo organizarme para
retener este conocimiento, (epistemological knowing) (pág 59). Parecería para Khun que la meta-cognición
experimenta una maduración en la vida de todo estudiante, hasta llegar al punto
en que de alguna manera “sabe como saber”, o “como actuar para saber”. Sin
embargo su disposición a aplicar
pensamiento crítico a contextos variados dependería de aspectos de personalidad
o a disposiciones, tales como: tendencia analítica, ser inquisitivo, buscar la
verdad y tener cierto grado de seguridad (pág 61). Dwyer ofrece
una interesante síntesis de trabajos de campo buscando “disposiciones”
que conduzcan a aplicar pensamiento crítico (Tabla 4.1, pág 61-62), destacando
la polaridad “personas capaces de poner en duda sus propias creencias” versus
las que no, así como la humildad, integridad y autonomía al constituir los
propios criterios. Una definición extensa de lo que pueden significar estos
adjetivos (por ejemplo, disposición reflexiva, abierto de miras, escéptico,
etc.) lo encontrará el lector en la Tabla 4.2 pag 65-6).
Como decíamos mas arriba Dwyer es un activo investigador en esta área.
De sus estudios (y otros) deduce que una de las capacidades claves para un
análisis reflexivo es la inhibición. Veamos: tenemos un tema sobre el que
concentramos nuestra atención, se despliegan frente a nosotros una serie de
argumentos y sub-argumentos, y podríamos llegarnos a sentir perdidos o
anonadados si no fuera porque nos orientamos a determinados objetivos. Llega un
punto en que deberemos priorizar, deberemos eliminar o desconsiderar
determinados materiales en favor de otros. Solo así será posible acabar con
éxito un razonamiento (pág 70-71). Pondré un ejemplo personal: un médico
desconsidera datos semiológicos que no le cuadran con el modelo de enfermedad
que le sugiere un paciente determinado. Si los médicos quisiéramos hacer
“cuadrar” todos los síntomas y signos que manifiesta un paciente en unos pocos
diagnósticos, sería imposible. Desconsideramos datos. Ignoramos….
Dwyer destina 4 de los 12 capítulos de la obra a detallar estos
procesos de alto nivel. La estrategia que nos propone –o a la que confiere
mayor importancia- se asienta en los
mapeos (mapping)o diagramas. Según esta
estrategia cada argumento tiene a su vez otros argumentos de segundo nivel que
le dan soporte. Solo cuando desmenuzamos lo que llama “la estructura” de cada
argumento somos capaces de apreciar su fortaleza o debilidad. Tan importante
como identificar argumentos de segundo e incluso tercer nivel, es percatarnos
de hasta qué punto estos argumentos los deducimos o simplemente los asumimos
como ciertos. Sería valorar su credibilidad. Pero además merece la pena
percatarnos de su relevancia y de su robustez lógica, (sobre todo comparándolos
con argumentos que entren en competición), así como los sesgos, omisiones o
exageraciones en los que hayamos podido incurrir. El lector interesado puede
hacer sus propios experimentos mediante el programa “Rationale” (1), pero entre
tanto no está de mas memorizar las preguntas que nos propone Dwyer (pág 115):
el argumento en su conjunto está sesgado?, está desequilibrado hacia una
opción?, oculta asunciones que son problemáticas o no están suficientemente
fundamentadas?, trata de ocultar otros argumentos contrarios y relevantes?.
Dwyer dedica un capítulo a cómo reflexionamos. La calidad de una
reflexión dependen de varios factores: reconocer los argumentos problemáticos,
examinarlos a la luz de las evidencias disponibles, riesgos que asumimos aceptando
unas determinadas conclusiones… Nuestro
autor propone (Tabla 8.1) tres etapas de maduración reflexiva: pensamiento pre-reflexivo, pensamiento
casi-reflexivo y pensamiento propiamente reflexivo, etapa en la que la persona
construye sus propios criterios y conocimientos a partir de un proceso de
análisis. Para ello será necesario que aprenda a dudar de sus propias creencias.
Sería un error pensar que los argumentos y su análisis son
estrictamente verbales, (como los silogismos aristotélicos). En realidad los
anuncios dan una idea cabal de otro tipo de argumentos cognitivo-emocionales como
serían: 1) ¿cómo no lo compras tú si
todo el mundo lo compra? 2) ¡Hazlo por piedad! 3) todo lo que tienes que saber
te lo hemos dicho, ahora es cosa tuya actuar 4) argumentos circulares; 5)
argumentos por deslizamiento (“si damos beneficios a los inmigrantes otros
vendrán en masa”).
El pensamiento crítico, según Dwyer, debería ser recursivo. Una vez
establecidos los argumentos y conductas óptimos, deberíamos evaluar su impacto
en la vida cotidiana o profesional, y volver a evaluar su idoneidad. Sería un
ciclo parecido al que proponen las metodologías de calidad asistencial. El faro
que debería orientar esta evaluación continuada debería ser, a mi modesto
entender, los cambiantes objetivos que tenemos o que emergen en los asuntos diarios. Este aspecto evolutivo, cambiante y
hasta cierto punto caótico resulta escasamente considerado en la literatura de
critical thinking. Una aportación a este
nivel la realizó Mosterín en su libro “mejor imposible” (ver la crítica en este
blog, buscar “etiqueta- Mosterin”), donde propone el “Plan de Vida” como
construcción reguladores de los propios valores, y distingue entre creencias “aceptadas” por
un razonamiento, y las implícitas. También Reber, (autor de critical felleing, el
libro que comentamos en el Boletín de Mayo), entra en la discusión de valores y
pensamiento crítico.
No se le escapa a Dwyer lo mucho que le debemos al pensamiento
intuitivo, y es por ahí que entra el conflicto y servidumbre de la vida cotidiana. Mucho le debemos al
pensamiento intuitivo en tantas decisiones que debemos tomar con rapidez, por
algo el término “sentido común” permanece en nuestro lenguaje cotidiano.
Aplicamos heurísticos de decisión movidos por muy pocos datos. Por consiguiente
mas que una decisión tomada reflexivamente o intuitivamente, en general tomamos
decisiones en las que manejamos un poco de todo, con diferentes pesos. Esta
visión se basa en un modelo de “continuum cognitivo”, con valores polares en la
intuición o en la reflexión exhaustiva.
En verdad resulta de mucho interés integrar este modelo en nuestra
manera de pensar, pues en cada momento podemos decidir qué profundidad damos al
proceso de reflexionar. Por ejemplo, -(y el ejemplo es mío)-, ante una
propuesta política que enciende nuestras emociones favorablemente, podemos
decidir que la aceptamos sin apenas crítica. O por el contrario podemos poner
algo así como un “vigía” permanente que no permite el paso de esta creencia, y
exige “avales” (es decir, argumentos racionales), antes de aceptarla.
La intuición sería un tipo de razonamiento “rápido” –en la
terminología de Kahneman- basado en
heurísticos. Un heurístico lo define como “un procedimiento que nos ayuda a
encontrar una respuesta rápida, aunque a menudo imperfecta, a una pregunta
difícil” (pág 177). Los heurísticos, cuando substituyen una aproximación mas
minuciosa y analítica, suelen resultar en errores y sesgos de apreciación,
puesto que no inroporan una visión estadística ni lógica de la realidad.
El autor distingue tres tipos de heurísticos: de disponibilidad, de
representación y de anclaje.
Disponibilidad: damos por cierto lo que primero acude a nuestra memoria… ¿Hay mas
palabras que empiezan por k o mas
palabras que tiene la k como tercera
letra en inglés? Se nos ocurren mas de las que empiezan por k, aunque hay
muchas mas que la tienen como 3era letra.
Representatividad: damos por cierto lo que
pensamos que ocurre con mas frecuencia. Una persona que ama los detalles, ¿es
mas probable que sea granjero o documentalista? Pensamos en documentalista, pero simplemente por probabilidad hay muchos mas granjeros.
Anclaje: una primera apreciación (numérica o de otro tipo) nos “ancla”
y nos obliga a repensar nuestras propias apreciaciones a partir de ella. Por
ejemplo: “este coche está muy bien de precio, solo vale 10.000 euros”. Esta
cantidad, 10.000 euros, será la que actuará de pivote para valorar si otros
coches son caros o baratos.
Un defecto de los heurísticos es que actúan simplificando un atributo.
Por ejemplo si se nos pregunta cómo contribuimos a preservar especies animales
en peligro de extinción, pensaremos en un tipo de animal en peligro, como los
delfines, no en la totalidad. Además
están influenciados por los estados emocionales. Así por ejemplo, si
preguntamos a una persona si está contenta de su vida después de haberle hecho
rememorar algún aspecto positivo, obtendremos mejores puntuaciones. También si
hemos activado una actitud positiva, (por ejemplo hacia un tipo de deporte que
nos gusta).
En la medida en que decidimos mucho y en la medida en que tenemos que minimizar
emociones de prisa, irritabilidad, etc., experimentamos “fatiga de decisión”
(pág 183). Sería el caso d un médico en consultas externas, tomando centenares
de delicadas decisiones en el espacio de unas pocas horas. El modelo de
“recognition- primed decisión” (RPD) o “decisiones pre-establecidas por reconocimiento de contexto”, trata de
explicar cómo procede un experto como sería el caso del médico. El modelo
propone que el experto se fija en detalles del contexto muy significativos, y
los compara con patrones establecidos.
El problema surge porque el sujeto no piensa en términos de
probabilidades, sino de certezas. Quiere encapsular la realidad en un marco
determinado, y quiere actuar lo mas pronto posible para darle una buena
respuesta, aunque quizás un examen concienzudo nos diría que esta conducta es
mejorable. Ahí reside el quid de la cuestión.
Del modelo RPD surge una importante consideración: disponemos siempre
de una racionalidad limitada (bounded racionality) ya que las prisas y otros
factores de entorno nos limitan el análisis. Y por otro lado el RPD tiene dos
componentes: un componente intuitivo, (reconocer el patrón que almacenamos en
nuestra memoria, por ejemplo reconocer que “esta lesión es herpes zóster”), y
un componente de simulación mental (Klein , pág 186): “este patrón que acabo de
reconocer, ¿lo puedo aplicar a este contexto?”. Anoto en este punto que otros
autores se han referido a esta “simulación” como momento abductivo de la
reflexión. Finalmente resulta importante
retener que le experiencia también juega en contra: podemos estar persuadidos
de que nuestra conducta es óptima cuando simplemente tenemos la asertividad de
quien se ha equivocado muchas veces sin que nadie le corrija.
El libro aborda en los últimos capítulos varios aspectos de gran
interés, y para los que no existe mucha bibliografía. Por un lado los
instrumentos de valoración validados que existen a disposición de las personas
que deseen realizar trabajos de investigación en esta materia. En la Tabal 1
hacemos nuestro particular resumen, con links a dichos instrumentos. Merece la pena destacar que son tests nacidos
en el siglo pasado, pero que han venido perfeccionándose a lo largo de muchos
años, y en algún caso constituyen verdaderas empresas especializadas en ofrecer
“trajes a medida”, (sobre todo es el caso del Californian Critical Thinking
Test).
Otro capítulo lo constituye las experiencias docentes y las mejore
estrategias con evidencias de campo. Muchas experiencias docentes se han
realizado sin grupo control, restando validez a los resultados. Sin embargo, a través de los pocos trabajos
bien diseñados, el autor deduce que lo mejor es una estrategia en la que se
trabajen de manera explícita los contenidos del Critical Thinking, (es decir,
los alumnos saben que están trabajando estas habilidades), y sobre contenidos
para los que se sientan motivados, (contenidos de materias o asignaturas
concretas). El libro recomienda algunos instrumentos docentes que en realidad
podrían aplicarse a cualquier disciplina, como el e-learning, el aprendizaje
por problemas, de tipo grupal, etc.
Hemos seleccionado para el lector interesado un portal en el que se
ofrece en lengua española una serie de manuales en abierto que sintetizan bien
los contenidos teórico- prácticos del “pensamiento crítico” (4)
TABLA 1.-
PRINCIPALES INSTRUMENTOS DE MEDIDA DEL PENSAMIENTO CRITICO
California Thinking Skills Test (2)
Cornell Critical Thinking Test
Watson-Glaser Critical Thinking Assessment (3)
Ennis-Weir Critical Thinking Essay Test
Francesc Borrell
Sant Pere de Ribes
NOTAS.-
1.- Rationale puede consultarse gratuitamente en:
2.-
3.-
4.-
Webs de interés.-
Documento editado conjuntamente por la Agencia Española de Protección de Datos (AEPD) e ISMS Forum
Spain en colaboración con empresas y profesionales independientes, que busca
asesorar en materia de protección de datos a todas aquellas entidades que se
estén planteando poner en marcha proyectos de Big Data. El código toma como
referencia el nuevo Reglamento Europeo de Protección de Datos, que será
aplicable el 25 de mayo de 2018. Se presentó en el marco de la XIX Jornada
Internacional de la Seguridad de la Información, organizada por ISMS Forum, y
con la participación de Mar España, directora de la Agencia Española de
Protección de Datos, y Carlos A. Saiz, director del Data Privacy Institute de
ISMS Forum.
Documentos de la Agencia
Española de Protección de Datos sobre las medidas a implantar por las
Administraciones Públicas
El 25 de mayo de 2018 es la fecha
en que será aplicable el Reglamento General de Protección de Datos (RGPD). Con
los dos documentos que recogemos la AEPD quiere fomentar que las
Administraciones Públicas conozcan las implicaciones prácticas de la nueva
normativa, de forma que puedan tomar las medidas necesarias para cumplir con
las previsiones establecidas en la misma, ya que el Reglamento supone una
gestión distinta de la que se viene empleando.
Las Administraciones Públicas
actúan como responsables y encargados de tratamientos de datos personales en el
desarrollo de muchas de sus actividades, consecuentemente, se van a ver
afectadas por las previsiones del nuevo RGPD de la Unión Europea
En “El impacto del RGPD sobre la actividad de las AAPP” se
sintetiza en 15 puntos los aspectos más relevantes que deben estar establecidos
cuando el RGPD sea de aplicación. En muchos casos, los efectos de la nueva
normativa serán los mismos que para cualquier otro responsable o encargado
pero, en algunas áreas, se introducen matices a tener en cuenta por el sector público.
El segundo, titulado en “El Delegado de Protección de Datos en las Administraciones
Públicas”, se centra en esta figura, que el RGPD establece como
obligatoria en el caso de autoridades u organismos públicos. En consecuencia,
la designación de los DPD en el ámbito público debería producirse con
antelación al 25 de mayo de 2018.
Juan Medrano
Bilbao
Artículo
comentado.-
El nombre de la botica
Pascaline Faure (2018): Natesto®. What Else?
New Trends in Drug Naming,
Names, DOI:
10.1080/00277738.2017.1415532. Abstract en: https://www.tandfonline.com/loi/ynam20
El contacto directo con los
medicamentos que experimentamos los ciudadanos que los tomamos y los médicos
que los prescribimos nos hace perder a veces la perspectiva adecuada para
preguntarnos sobre algunas cuestiones que los rodean y que no dejan de tener su
relevancia. Una de ellas es la del nombre que portan y, consecuentemente, las
razones que lo explican o justifican.
Dar con el nombre adecuado para un medicamento no es una cuestión baladí, ya que puede suponer una inversión de hasta dos millones y medio de dólares, amén de hacer esfuerzos para conciliar el interés por hacerlo irresistible, fácil de escribir o pronunciar y acorde a las normas la FDA, ya que la agencia norteamericana dispone de una regulación al efecto. De todo ello nos enteramos a través del artículo que comentaremos, cuya autoría se debe a la francesa Pascaline Faure, quien lo publica en una peculiar revista científica que se dedica a cuestiones relacionadas con los nombres de las cosas, y que no sorprendentemente se llama Names. La autora se centra específicamente a los nombres comerciales de los medicamentos, y cita ya en el título a Natesto®, nombre comercial para la testosterona intranasal. A través de un estudio lexicológico de los nombres comerciales de los nuevos medicamentos aprobados por la FDA, analiza las tendencias en el arte y ciencia de bautizar fármacos para que resulten más atractivos, sonoros y fáciles de recordar.
Pero, como decíamos arriba, existen algunos principios y normas importantes, que a la luz
de lo que describe Faure, la FDA se toma muy en serio. Para empezar, el nombre
del producto no debe encerrar mensajes explícitos que trasladen la idea de
excelencia o de eficacia extrema. Es posiblemente el motivo por el que la
vareniclina, medicamento para la deshabituación tabáquica, que en Europa tiene Champix® por nombre comercial, se
denomina en los EEUU Chantix®.
Asimismo,
deben evitarse las similitudes fonéticas y gráficas con marcas preexistentes,
con el fin de prevenir errores que podrían ser funestos, teniendo en cuenta,
entre otros factores, la pésima caligrafía de la profesión médica. A veces no
hace falta tener mala letra para que el error se produzca. Un servidor, que
escribe claro, ha contemplado varias veces cómo la oficina de farmacia
confundía el antidepresivo Sinequan®
(doxepina) con el antipsicótico SInogan® (levomepromazina). O, con consecuencias
potencialmente más graves, la dispensación errónea del anticoagulante Sintrom® (acenocumarol) por el hipnótico SIntonal® (brotizolam). Además de los ejemplos citados por Faure,
la FDA hizo que el antidepresivo vortioxetina (inicialmente en EEUU y aún en el
mercado europeo, Brintellix®)
cambiase a Trintellix® para evitar la
confusión con el antiagregante Brilinta®
(como en nuestro mercado es Brilique®,
aquí no ha sido necesario cambio alguno).
No
pormenorizaremos más normas de la FDA, entre otras cosas, porque como revela el
artículo, no siempre se cumplen a rajatabla, pero sí haremos hincapié en un
detalle importante, que es que la agencia norteamericana plantea a las empresas
farmacéuticas que el nombre de su producto debe tener algo así como una
vocación universal y globalizadora, de modo que pueda emplearse en todo el
mundo. A veces no siempre es posible. Cuando se autorizó en los EEUU el
antidepresivo mirtazapina, su nombre comercial –Remeron® no pudo trasponerse adecuadamente al mercado español y
hubo de sustituirse por Rexer®, dado
que ya existía un producto asonante –Reneuron®-,
con la peculiaridad de que se trataba también de un antidepresivo (fluoxetina).
A veces los nombres de los medicamentos cambian según sus diferentes indicaciones autorizadas. La recién mencionada fluoxetina se denomina en los EEUU Prozac® cuando se emplea como antidepresivo y Sarafem® cuando se utiliza en el síndrome de tensión premenstrual. No cambia el principio activo ni la dosis; sí el nombre y –por qué no mencionarlo- el aspecto de la cápsula, que en el medicamento de uso femenino está coloreada con tonos habitualmente asociados a la mujer.
Otras
veces, la diferencia de nombre
separa indicaciones financiadas o no. Es el caso del sildenafilo, que como Viagra® tiene una indicación terapéutica no financiada y como Revatio®, en cambio, se destina a otra en la que sí tiene aportación del financiador sanitario. Lo mismo sucede, por cierto, en el mercado español.
separa indicaciones financiadas o no. Es el caso del sildenafilo, que como Viagra® tiene una indicación terapéutica no financiada y como Revatio®, en cambio, se destina a otra en la que sí tiene aportación del financiador sanitario. Lo mismo sucede, por cierto, en el mercado español.
Una parte significativa del trabajo de Faure se dedica al análisis de los nombres comerciales. En su estudio, señala las letras “populares”. Hasta hace escasos años una de ellas ha sido la X, que dio nombre de marca al ansiolítico alprazolam (Xanax®) y ha llegado incluso a presentarse por duplicado, como en el retirado rofecoxib –Vioxx®- o en el antiagregante betrixaban (Bevyxxa®), no comercializado en nuestro mercado. A lomos de esa voluntad de extender por todo el mundo la marca original, llegaron a España productos como el esomeprazol (Nexium®), el celecoxib (Celebrex®) o la azitromicina (Zitromax®).
Otra letra que ha sido popular es la Z, que se ha trasladado también a nuestro mercado con nombres inicialmente tan chocantes como Zyprexa® (olanzapina, antipsicótico) por esa asociación de “z” e “y”. También ha sucedido que un nombre comercial europeo incorpore letras populares en el mercado norteamericano sustituyendo al que en este último carece de ellas. Es el caso de la ziprasiona, Zeldox® en Europa y Geodon® en los EEUU, si bien hay que decir que el laboratorio fabricante licenció también Geodon® en nuestro país, aunque no llegó a comercializar la molécula con este nombre.
El estudio de Faure se extiende a nombres comerciales que son auténticos juegos de palabras, que combinan letras “fetiche” como la X y raíces latinas. Así, nos propone el Xermelo® (telotristat) que aúna la siempre efectista X con una raíz latina que remite al alivio que puede producir la miel. No obstante, a juzgar por sus resultados, la Z y la X están perdiendo su vigencia para ser sustituidas por grafos y sonidos como la K (y sus afines c y q). Medicamentos comoel antidepresivo desvenlafaxia (Pristiq®) trasladan a nuestro mercado esta tendencia, si bien hay que decir que son muy escasos los productos citados por Faure que ejemplifican que el gusto por la K haya cruzado el Atlántico.
La Q inicial, que da lugar a nombres difícilmente pronunciables (Qsymia®) sin parangón en nuestro mercado y la V, cuyo interés, al decir de la autora, puede ser que se asocia a “victoria” o “vital”, son letras que parecen tener cada vez más presencia en la nomenclatura farmacológica comercial estadounidense. Revisada la nacional, no parece que sea todavía el caso en nuestro mercado, donde persiste un producto casi clásico, el alopurinol, cuyo nombre “artístico” (Zyloric®) le convirtió en su momento en un auténtico avanzado para su época.
Capítulo aparte merecen las consideraciones de Faure sobre la tendencia actual a incorporar raíces romances, en particular italianas, que la autora atribuye, por una parte a ciertos rasgos atractivos de la cultura de ese país (su gastronomía, la moda masculina, los coches caros, el buen café) que trasladados al nombre de un medicamento pueden permitir la asociación subliminal con calidad, en general. Portrazza® (necitumunab) sería un ejemplo de ello; Faure ofrece otros no disponibles en nuestro mercado. Otro legado del italiano (y el español) sería la A final, que nos cuenta Faure remite a lo femenino y por ellos se emplea para nombrar no pocos productos relacionados con la mujer: Zejula® (niraparib, empleado en el cáncer ovárico), Lynparza® (olaparib, para una indicación análoga) o Perjeta® (pertuzumab, empleado en el cáncer de mama metastático) son, sin embargo, los únicos casos de los citados por Faure que se han trasladado a nuestro nomenclátor. Más forzada, si cabe, es la interpretación de que la A final de Alecensa® (alectinib), o Zykadia® (ceritinib), ambos traspuestos a nuestro mercado, refleje la creciente incidencia del cáncer de pulmón entre las mujeres
Alude
nuestra autora también a ciertas sílabas que trasladan mensajes: NU, como
en remite a lo novedoso, como en el
antipsicótico Nuplazid® (pimavanserina),
que ha supuesto una verdadera innovación en el tratamiento de la psicosis
asociada al Parkinson y que aún no se ha comercializado en Europa. Más
explícito es NOVA (como en Epanova®, un hipolipemiante); no está disponible en
nuestro mercado en el que sin embargo hay no pocos ejemplos de nombres de
medicamentos que incorporan ese lexema. GEN o TEC son igualmente, para Faure,
formas bastante explícitas de trasladar la idea de sofisticación tecnológica o
de investigación avanzada. Y TRU (como en Truvada®, remite a autenticidad, al evocar la verdad
(truth). En la misma línea, propone Faure, podemos citar a Vraylar®, que remite al francés vrai; es el nombre comercial en EEUU del
antipsicótico cariprazina que, sin embargo, se comercializará en Europa con el
nombre de Reagila®, no asociable a autenticidad, verdad o
sinceridad. Otro nombre comercial interesante es Rexulti® (brexpiprazol, antipsicótico),
en el que Faure encuentra resonancias de eficacia (result) y gozo (exult) y
que en Europa, si es finalmente autorizado omitirá la “e” para convertirse en Rxulti®, tal vez
para evitar esa alusión fanfarrona a la excelencia del producto.
Para no caer en una pormenorización agotadora, dejaremos aquí las disquisiciones de Faure, no sin reconocer que no le falta razón al atribuir a su materia de estudio una trascendencia enorme. Como bien señala, linosipril fue un éxito comercial como Zestril® y un cierto fracaso como Carace®, lo que ilustra la importancia de dar con un nombre adecuado para nombrar a los medicamentos. Leyendo su exhaustivo estudio, también, tiene uno la impresión de que a lo largo del tiempo el gusto, la moda, se ha trasladado a patrones estadounidenses o en general presididos por la acentuación no aguda predominante en ese idioma. Quedan lejos los tiempos en los que, al menos en Psicofarmacología, los nombres comerciales eran fundamentalmente agudos o se acentuaban automáticamente de esa manera (Largactil®, Noctamid®, Anafranil® …), reflejando no solo la antigua preponderancia de lo francés en la Medicina que se trasladaba a la manía médica de decir “epilepsía” o “perifería” de forma afrancesada, sino también la pujanza de los laboratorios y los psicofarmacológos galos en los primeros años de la disciplina. Los tiempos cambian, la practicidad se impone, y habrá que estar atentos a las modificaciones que nos traigan la ciencia, el mercado e incluso la nomenclatura.
Juan Medrano
Bilbao