BOLETIN IATROS, Mayo 2021.
Noticias.- XI Congreso Internacional de Salud, Bienestar y Sociedad
Comentario de libros.- ¿Somos nuestro cerebro?; Filosofía de la
medicina; Vosotros no tenéis la culpa. En torno al suicidio.
Webs de interés.- Librería Finestres; Investigación en
Bioética.
Artículo comentado.- Neural Basis of Cultural Influence on Self-Representation Video recomendado.- Carl
Jung, en una de las pocas entrevistas concedidas (1957)
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Sorbonne Université, París, Francia, del 2 al 3 de septiembre 2021.
La Red de Investigación de Salud, Bienestar y Sociedad conjuga el interés por
las áreas de la salud y bienestar humanos en general, con sus interconexiones e
implicaciones sociales en particular. Como Red de Investigación, nos definimos
por nuestro enfoque
temático y la motivación para construir estrategias de acción
determinadas por los temas
comunes.
Convocamos a presentar investigaciones en los temas anuales y el tema
destacado:
Tema destacado
2021—Promoviendo la salud y la equidad: Prácticas idóneas desde una perspectiva
internacional
Tres falacias en Neurociencias. A propósito de la lectura del libro:
Vidal F., Ortega F. ¿Somos nuestro
cerebro? La construcción del sujeto cerebral. Alianza Editorial, Madrid 2021
Como acostumbramos a hacer en estas
reseñas, nos centraremos en las ideas- fuerza del libro, señalando aquellas partes
de la obra que pueden ser de mayor interés para un lector apresurado. Como
siempre nuestro deseo es proporcionar a los profesionales de la salud con
tareas asistenciales prioritarias y absorbentes, las claves de los debates mas
actuales en filosofía de la medicina. Por ende, añado a este resumen una
reflexión personal: algunos autores que publican bajo el rótulo o paraguas de
las Neurociencias, en ocasiones incurren en tres falacias, a saber, la falacia
topográfica, de la neurodiversidad y de la lectura de pensamiento. Las
desarrollaremos más adelante.
Desde hace unas 3 décadas las
Neurociencias ocupan un espacio privilegiado en la investigación médica. Los
avances en neuroimagen permiten visualizar aquellas áreas del cerebro que se
activan cuando las personas realizamos determinadas tareas, (Resonancia Magnética
funcional). Estos avances han permitido afinar técnicas quirúrgicas, con
provecho en cirugías oncológicas y de otro tipo, (por ejemplo, en la cirugía de
la epilepsia, de los trastornos obsesivos-compulsivos o en la estimulación
profunda del cerebro). Autores como Damasio han contribuido a poner de moda las
Neurociencias, y, mas específicamente, un tipo de visión de la persona que
podemos llamar, siguiendo a nuestros autores, una ideología cerebralista:
“somos nuestro cerebro” (Nota 1).
Esta ideología asimila el “Yo” a la actividad del cerebro. Si hasta hace relativamente un par de siglos el “Yo” se asimilaba al alma, y hasta hace poco el “Yo” se asimilaba a mente, en las últimas décadas hay una tendencia a asimilar el “Yo” a la actividad del cerebro. Nuestras tendencias conductuales, la manera de comportarnos en sociedad, lo que nos gusta y disgusta, vendrían condicionadas, desde esta perspectiva, por la conformación cerebral. Cuando afirmamos que “somos nuestro cerebro”, expresamos que un determinado estado de nuestro cerebro implica experimentar placer, otro estado dolor, que nos comportaremos diferente si tenemos conexiones cerebrales diferentes, que el cerebro es plástico, y, por consiguiente, aprende de su entorno; por si fuera poco, este aprendizaje actualiza las conexiones cerebrales, en un bucle de perfección o de regresión.
Según este planteamiento, que los autores
no dudan en calificar de fundamentalmente ideológico, si lográramos identificar
los circuitos cerebrales específicos de una determinada enfermedad, por ejemplo,
la depresión, podríamos disponer -gracias a la Resonancia Magnética funcional (IRMf)y
otras tecnologías afines- de un instrumento diagnóstico, pronóstico y con
implicaciones terapéuticas de primer orden.
Una parte de estos razonamientos es
incontestable: resulta evidente que nuestras conductas surgen de la actividad
cerebral, y que nuestro cerebro se orienta mediante juicios éticos y estéticos.
Pero quizás la actividad cerebral no explique toda la complejidad de estos juicios,
quizás estos juicios se asientan en una actividad neuronal, en efecto, pero el
resultado no pueda deducirse sencillamente de las conexiones neuronales, o de
la morfología del cerebro, sino que hay pautas e influencias culturales y del
entorno, así como razonamientos particulares y peculiares de cada individuo,
-razonamientos sin una estructura cerebral definida-, que determinan conductas y valores existenciales. A partir de esta constatación los autores del
libro se fijan en varios límites y contradicciones de la ideología cerebralista,
(recomendamos leer pag. 95-6 las nueve críticas que lanzan a las neurociencias
en general y en la pág. 103 el corpus epistemológico de tipo reduccionista que
sustentan dichas disciplinas). De manera resumida podemos sintetizar tres
aspectos, (las consideraciones relativas a las tres falacias son de quien
escribe estas líneas):
A)Lo “neuro” como un enfoque topográfico
que añade escaso conocimiento a la investigación de modelos de conductas
humanas complejas. La falacia topográfica. -
En este mismo blog, el filósofo González
Quirós (ver artículo especial en la columna de la derecha de este blog), nos
argumentaba con que frivolidad se asocia conocer el lugar del cerebro en que se
efectúa una tarea cognitiva con el hecho de conocer el funcionamiento del
cerebro. Conocer las partes del motor de combustión, (pistón, cigüeñal…), nada
nos dice sobre cómo funciona un motor de combustión. Necesitamos un modelo de
funcionamiento del cerebro, un modelo que actualmente está en mantillas. El
conocimiento topográfico nada nos dice, por ejemplo, de cómo funciona la
memoria, qué sustrato fisiológico tiene la atención, cómo producimos juicios,
etc., etc. Llamaremos “falacia topográfica” a este espejismo de identificar áreas
cerebrales como funciones cerebrales, (por ejemplo, identificar las áreas
frontales involucradas en la reflexión, como si de este conocimiento meramente
topográfico se pudiera deducir un modelo cerebral de reflexión; tal como
decíamos al inicio de este artículo un conocimiento de tipo topográfico supone
un avance para técnicas quirúrgicas, pero poco más).
Los autores profundizan con acierto en
este dislate. Por ejemplo, los intentos de circunscribir la experiencia
estética a un estado del cerebro. Sigámosles en este punto con algo más de
detalle:
Los autores detectan dos tendencias en los estudios sobre estética: la neuroestética evolutiva, que entiende el arte y las preferencias estéticas como una adaptación para mejorar el éxito reproductivo (pág 148). Y por otro lado la neurohistoria del arte, es decir, cómo la plasticidad del cerebro evoluciona mediante la experiencia artística. Esta concepción entiende que los artistas son algo así como neurocientíficos que exploran el cerebro con sus herramientas (pág 150). Los experimentos que realizan los neurocientíficos especializados en estética son del tipo: presentar un cuadro de un pintor impresionista y observar las áreas del cerebro que se iluminan. Y comparar por ejemplo estas áreas con las de un cuadro cubista.
Desde la perspectiva de Vidal y Ortega
estos estudios se basan en una concepción del arte dicotómica: un cuadro es
bonito o es feo. Sin embargo el arte se nutre de matices: un cuadro puede
representar la fealdad y el espectador puede juzgarlo como esplendido, (las
pinturas negras de Goya). En el mejor de los casos estos estudios de
neuroestética llegan a conclusiones que poco o nada aportan al conocimiento
estético. Por ejemplo afirmar que la apreciación de belleza se realiza mediante
áreas incriminadas en juicios de valor, y no meramente en un juicio de
simetría, (pág 160). Algo totalmente obvio. En el fondo subyace la confusión de
mezclar relación estética con experiencia estética. Cuando decidimos que “este
cuadro abstracto es arte” (= relación), lo juzgamos desde la perspectiva de
belleza, (= experiencia). La mayor parte de estudios en neuroestética obvian el
primer paso.
Un segundo eje en la crítica del libro a
la falacia topográfica estriba en las expectativas que han depositado como
avance en el diagnóstico de determinadas enfermedades. En este sentido examinan
qué ha aportado la Resonancia funcional al diagnóstico de la depresión. Veamos
también este punto con algo más de detalle:
Los neurocientíficos especularon con la
posibilidad de que la IRMf pudiera proporcionar
patrones cerebrales “objetivos” en pacientes depresivos. El diagnóstico de
depresión se basa en la actualidad en los síntomas “subjetivos” que refieren
los pacientes, aunque desde luego estos síntomas se acompañan de conductas motoras
típicas, (enlentecimiento motor, lloro, expresividad facial, etc.). Si la IRMf
detectara un estado de reposo cerebral, así como una reactividad a determinados
estímulos propias de la depresión, la psiquiatría tendría un instrumento de
primer orden para redefinir el síndrome, e incluso matizar la clasificación
actual. Sin embargo una revisión de 20 años de estudio con neuroimágenes de la
depresión no ha conducido a ninguna conclusión (pág 211). Los estudios
postmortem señalaban la corteza cingulada subgenual como el área más incrimiada
en la depresión, y se probó incluso su estimulación cerebral profunda, un
tratamiento experimental que fue prohibido por la FDA debido a una relación
riesgo-beneficio negativa (pág 213).
B)La ideología cerebralizante como elemento que ayuda a construir una
identidad. La falacia de la neurodiversidad.-
Un aspecto muy original del libro es
examinar de qué manera el discurso neurocientífico impacta sobre la construcción
de nuestra identidad. En concreto se aborda con detalle la influencia de
conceptos como neurodiversidad y neurotipicidad en la comunidad autista. Si el
lector está interesado en este asunto debiera leer de la página 220 a la 250 de
la obra. Trataremos de hacer una síntesis, en el bien entendido de que en el
libro original encontrarán abundante bibliografía y links de sumo interés.
Una primera constatación: los modelos de
enfermedad que manejamos los profesionales de la salud impactan sobre la identidad
de los pacientes. Si le decimos a un paciente depresivo que su padecimiento es
similar a padecer una pulmonía o una diabetes, naturalizamos su trastorno y por
ende cancelamos especulaciones causales de tipo psicosocial tantas veces
asociadas a sentimientos de culpa.
Aunque asimilar depresión a diabetes es enormemente reduccionista y
posiblemente falso en diversos sentidos, no es menos cierto que la comparación
puede ser efectiva y benéfica a nivel de identidad personal.
Algo de eso ha ocurrido con el autismo.
La perspectiva neurocientífica del padecimiento, como una variante en la manera de percibir la realidad,
ha llevado a empoderar a determinados colectivos autistas al punto de reivindicar
que se respete a los niños autistas, y no se les manipule con tratamientos psicológicos.
Si el autismo es fruto de la neurodiversidad, simplemente añade una perspectiva
humana a la manera de entender el mundo, y como tal perspectiva, enriquece el acervo
colectivo.
Observe el lector el paso de una naturalización
del trastorno, (neurodiversidad) a una ideología de grupo social, (reivindicar
una minusvalía como ventajosa para la especie). Algo similar ha ocurrido con
comunidades de sordos que reivindican la sordera, (padres sordos que desean que
sus hijos lo sean también, y que no facilitan que sus hijos se beneficien de
implantes cloqueares).
Vidal y Ortega identifican una brecha de
opinión en la comunidad autista. Los abanderados de la neurodiversidad suelen
ser autista de alto rendimiento, en tanto que a los padres de autistas
profundos les horroriza la idea de perder ayudas escolares, sociales y médicas
bajo el argumento de proteger esta neurodiversidad. Pero más allá de estas peculiaridades merece
la pena reflexionar que la falacia de la neurodiversidad es una variante de la
falacia naturalista: confundir lo que es con lo que debe ser.
C)La ideología cerebralizante como
planteamiento reduccionista de lo que significa ser “Yo”. La falacia de la
lectura del pensamiento. –
Si nuestra identidad reside en estados
de nuestro cerebro, resultaría posible, entre otros avances técnicos, adivinar
nuestros pensamientos mediante técnicas similares -o incluso más
sofisticadas- a la Resonancia funcional.
También debería permitir este tipo de tecnologías futuras establecer el tipo de
persona que somos, personalidad e incluso capacidades intelectuales y
psicomotoras. Este planteamiento nos conduce a lo que denomino falacia de
la lectura de pensamientos, según el cual los avances en neurociencias
nos permitirán objetivar los procesos cognitivos más íntimos.
Nuestro Yo se construye y deconstruye
mediante una enorme riqueza de influencias sociales. El entramado de relaciones
que establecemos, de lecturas, películas, conversaciones…. todo ello sin duda tienen
un correlato cerebral, pero posiblemente no sea posible asimilar esta riqueza a estados concretos de
nuestra circuitería cerebral. Una poderosa razón para ello es que una misma
función cerebral posiblemente pueda realizarse desde varios estados cerebrales
diferentes, (principio de la realizabilidad múltiple). Y también porque una
misma función cerebral, incluso que respondiera unívocamente a un estado
cerebral, podría tener significaciones variopintas en función de la relación establecida
por el sujeto con su entorno. Sería el caso de un espectador que viera un
cuadro de Bacon con o sin el contexto de estar observando una obra de arte.
Conclusiones. - El presente resumen del libro de Vidal y
Ortega no recoge todos los matices de su contribución. Aspectos como la
realizabilidad múltiple, (pág 118), la inferencia inversa (pág. 120), la
naturalización de estereotipos raciales, (por ejemplo, suponer que el cerebro
oriental es comunitarista, y el occidental individualista), el estatus epistemológico
de la cultura en relación con las neurociencias (pág 139), son aspectos que deberían
merecer atención, pero que por la brevedad de este artículo no podemos abordar.
Sin embargo, y siguiendo a estos autores, deseamos llamar la atención del lector
sobre un par de preguntas clave cuando lea un artículo de neurociencias:
1.- Una vez leído el artículo deberíamos
preguntarnos: “¿Y qué?” Es decir, ¿qué diferencia en nuestro nivel de
conocimientos y de posibles actuaciones aporta el artículo neurocientífico que
examinamos? No olvidemos el principio pragmático de que nuestro conocimiento es
la suma de las consecuencias que aporta dicho "nuevo" conocimiento a la conducta
humana. En ocasiones los artículos “neuro” son pura especulación inconsecuente;
2.- ¿Estoy en presencia de alguna de las
tres falacias, a saber, topográfica, neurodiversidad o de lectura del
pensamiento? En tal caso bueno será examinar críticamente los argumentos que se
exponen.
Ahora bien, las neurociencias no configuran
una ideología unívoca. En realidad, muchos neurocientíficos suscribirían la mayor
parte de afirmaciones de Vidal y Ortega. Como también reconocen los autores,
las Neurociencias aportan una perspectiva interesante a diversas disciplinas.
Quizás han creado unas expectativas exageradas, pero en algunos terrenos han
aportado una dosis de naturalización de “lo humano” -véase como ejemplo (1)- que
por lo general desmitifica y nos aproxima a lo que de veras somos. Animales con
cultura.
Sant Pere de Ribes.
Ortega y Gasset
Como decía Ramón y Cajal, nuestro cuerpo vive bajo el imperio del tejido neurológico, que nos conecta al mundo. Pero el cerebro es también el puente entre este cuerpo y el mundo simbólico que resulta ser la vida en sociedad. Esta otra dimensión es la que en ocasiones pasa desapercibida para autores “neurocientíficos”. Como decía Ortega y Gaset, somos yo y nuestras circunstancias. Y a veces estas circunstancias delimitan para bien o para mal a nuestro “YO”. Esto es lo que parecen olvidar ciertas contribuciones neurocientíficas.
1.- Cortina A. Neurofilosofía práctica.
Guía Comares. Ed Comares. Granada 2012.
Saborido C. Filosofía de la medicina. Tecnos, 2020
Y es de lo que trata el libro, de mirar críticamente
a la medicina como ciencia y como arte, porque la medicina, tal y como nos va mostrando
el libro, es producto del conocimiento biológico del ser humano, pero también
es un producto cultural, igual que cualquier otra ciencia, pero también que el
arte o la religión.
El Prof. Saborido, filósofo, nos dice que la filosofía de la medicina es una rama aplicada dentro del mundo de la filosofía de la ciencia y entiende que para la filosofía de la medicina el método socrático es el que mejor nos ayudará a desvelar la verdad, siempre en términos dialécticos. Y si en filosofía de la ciencia el demarcacionismo es el término utilizado para conocer o diferenciar lo que es ciencia de lo que no, o dicho de otro modo, qué enunciados pueden ser científicos y cuáles no, en la filosofía de la medicina esa frontera se establece entre las definiciones de salud y enfermedad. Cuestión central de todo el libro y de la propia filosofía de la medicina.
Para adentrarnos en tan compleja
cuestión nos presenta diferentes enfoques que van a definir la enfermedad y
diferenciarla de la salud desde diferentes puntos de vista. El enfoque
biologicista es aquel en el cual prevalece el conocimiento biológico del cuerpo
humano. Este enfoque puede dar lugar al conocido como autoritarismo epistémico,
que a su vez nos introduce en la idea de un supuesto funcionamiento normal del cuerpo. Será desde esta perspectiva,
desde este ideal, desde el cual los biologicistas van a entender y definir las nociones de salud y enfermedad. Estos autores
defienden la objetividad de los procesos biológicos vistos, si se permite la
expresión, desde fuera del cuerpo que los padece o los sufre. La subjetividad
para los biologicistas o los seguidores de este enfoque natural, no tiene
importancia, ni se debe tener en cuenta en la definición de enfermedad.
Podríamos decir que el enfermo queda excluido de su enfermedad.
Pero como siempre pasa en el mundo del
pensamiento, a esta posición se contrapone otra que se ha denominado
constructivista o también holista, la cual incorpora, a la definición de
enfermedad, la vivencia del ser humano que la padece, que la siente; que la
percibe; con sus valores, su contexto social y circunstancias personales de
todo tipo. Es decir, en esta definición encontramos no solo la enfermedad, sino
también la subjetividad de quien la padece.
No son las únicas teorías o enfoques que existen. Podemos mencionar también el enfoque ecológico: “la salud y la enfermedad se fundamentan en las interrelaciones que los individuos establecen con su entorno” y retoma la definición de salud dada por el microbiólogo Rene Dubos “ [la salud o su ausencia] son expresiones de éxito o fracaso experimentadas por el organismo en su esfuerzo por responder adaptativamente a los cambios del entorno” o dicho en palabras del propio autor del libro “consideramos que alguien está más o menos sano cuando, al evaluar su comportamiento en un determinado contexto vemos cómo de bien está adaptado a su entorno”.
El
libro también ofrece enfoques o teorías del conocimiento más propias del campo
de la historia de la filosofía, aunque
en esta ocasión aplicados a la medicina. Así se detiene en el estudio del
enfoque empirista y el enfoque realista en la ciencia. Los empiristas, lógicamente,
estarán en el campo de los biologicistas y buscarán la causalidad y la
objetividad propia de toda ciencia en su afán por encontrar la verdad. Pero la
propia filosofía de la ciencia, ya en el siglo XX, y de la mano de Karl Popper,
sabe que todo conocimiento es provisional, sujeto a revisión y susceptible de
ser probado falso. Ante esto, como nos dice el autor del libro, las leyes no
serían otra cosa que constructos mentales que permiten identificar
regularidades en el mundo, al igual que la causalidad no será sino una conexión
que hace nuestro cerebro entre eventos que vemos y se siguen en el tiempo. Sin
lugar a dudas, la historia de la medicina nos da sobrados ejemplos de cómo las
supuestas teorías verdaderas han ido derrumbándose una tras otra con el paso de
los siglos.
Pero además como indicaría un realista y
como nos dice el autor “la objetividad como tal no podrá existir, pues el mundo
tal y como es, no es accesible a
nosotros ya que nosotros solamente podemos ver el mundo como nos es mostrado por
nuestros sentidos.”
El profesor Saborido también deja
constancia en su libro de cuestiones que ruborizarían a cualquier médico a día
de hoy y que han tenido que ver con el denominado autoritarismo epistémico, el
cual en no pocas ocasiones ha derivado en abusos de autoridad moral.
Estas circunstancias deben ponernos en
alerta pues, aunque la medicina es una disciplina tremendamente normativizada y
socialmente institucionalizada, no deben repetirse los tremendos errores y
horrores como los que describe el libro.
Entre estos errores y horrores se encuentran los que de algún modo pudieron se
llamadas enfermedades para negros como la drapetomanía
“ansia de libertad por parte de los esclavos negros” o la dysaesthesia aethipica “caracterizada
por una insensibilidad parcial de la piel y la disminución de las facultades
intelectuales que hacía que el esclavo negro se mostrase indolente y poco
dispuesto al trabajo físico” o hasta hace algunas décadas, dentro del campo de
la salud mental, definir como enfermedad a la homosexualidad o a los disidentes
políticos. Mención aparte merecen las lobotomías llevadas a cabo durante muchos
años del siglo XX. En definitiva, vemos la importancia de definir correctamente
la enfermedad.
Tras todas las teorías o enfoques propuestos el autor explica su punto de vista aceptando que quizá “la mejor forma de abordar filosóficamente la medicina sea adoptar un enfoque pragmatista, es decir, que los conceptos surgen y adquieren sentido en el contexto de su uso […] la medicina contemporánea se caracteriza por adoptar una perspectiva pluralista”, y tras analizar la CIE-11 (Clasificación Internacional de Enfermedades) y el DSM-5 (Manual Diagnóstico y Estadístico de los Trastornos Mentales) nos recuerda cómo definen los médicos o la medicina hoy las enfermedades. La medicina utiliza no uno, sino tres criterios para definir y clasificar las enfermedades: el criterio etiológico, el criterio mecanístico y el clínico, algo totalmente pragmático que se aleja del reduccionismo biologicista y de un constructivismo radical que puede acabar haciendo que todo el mundo tenga no sólo una, sino varias enfermedades a la vez. En algunos momentos habrá que recurrir a la causalidad, en otros momentos a los mecanismos fisiopatológicos, y en otros a los síntomas que presenten los individuos para definir del modo más correcto la enfermedad.
En palabras del autor “lo relevante de
los conceptos médicos es, sobre todo, su utilidad para la práctica médica, lo
que implica que la medicina debe saber decidir qué criterio ofrece mejores
resultados para cada caso […] Y debemos preguntarnos por las consecuencias
tanto epistemológicas (¿este nuevo concepto nos permite conocer mejor el fenómeno
estudiado?), como éticas (¿asumir este
nuevo concepto hace que la medicina contribuya mejor al bienestar de los
pacientes?) […] La medicina se mueve siempre entre la ambición de objetividad
naturalista y el reconocimiento constructivista de la relevancia de las
subjetividades, y es en este territorio en el que juega un papel principal la frónesis, la prudencia médica”
Madrid, 2021
Un libro para los allegados de aquellas personas que han llevado a cabo intentos de suicidio (los hayan consumado o no). También para las personas que hayan tenido, o tengan, ideas suicidas. En tercer lugar, va dirigido a profesionales de la salud y de la educación que quieren realizar actividades preventivas del suicidio (empezando, desde luego, por ellos/as mismos/as). Y, finalmente, puede ser de interés para aquellas personas que durante la pandemia están sufriendo por soledad, miedo, incertidumbre o pérdida de seres queridos.
JL Bimbela
El primero, el pasado, acaba con la decisión de posponer el suicidio mientras mis padres estén vivos, para no causarles un sufrimiento enorme y evitable. En el siguiente capítulo, Presente, se detallan, con ejemplos muy concretos, las aplicaciones prácticas de ciertas habilidades que resultan eficaces para una gestión emocional y social que permita convivir, lo más saludablemente posible, con los dolores de todo tipo que nos acompañan en nuestro día a día. En el tercer capítulo, Futuro, se plantea, a la luz de mi propia experiencia y de la situación pandémica debido a la COVID-19, una nueva pirámide de la salud que contemple, además de las habituales dimensiones relacionadas con lo físico, lo emocional y lo social, otras dimensiones que se están mostrando fundamentales a la hora de afrontar crisis tan profundas como la actual: la dimensión ética, la dimensión ecpática (no, no es un error; hablo de ecpatía y no de empatía), la dimensión espiritual, y la dimensión estética (que argumentaré, OMS mediante, en el próximo párrafo).
En 2019, la oficina regional para Europa de la Organización Mundial de la Salud (OMS), tras analizar 900 publicaciones científicas de todo el mundo, concluía que involucrarse en el arte, ya sea de forma más activa (bailar, cantar, escribir, danzar) o ya sea de forma más pasiva (leer, ir a museos, asistir a conciertos) mejora nuestra salud física y mental. El arte sana. A veces a quien lo produce y, a veces también, a quien lo recibe. Algo que ya muchos y muchas habíamos intuido y vivido. La poeta y novelista Elvira Sastre lo afirma con rotundidad: “Escribo para curarme”. Chantal Maillard, lúcida filósofa y poeta, lo declama en su maravilloso poema “Escribir”: “Escribo para que el agua envenenada pueda beberse”. Escribir este libro me ha sanado. Por ello, y como muestra de agradecimiento, he cedido todos los beneficios económicos por su venta a ACCU Granada (Asociación de Crohn y Colitis Ulcerosa de Granada).
En 2021, mis padres han muerto a causa de la COVID-19. A ellos les dedico este libro. Ellos me volvieron a dar la vida en 2009. Y estos años han sido los más maravillosos, apasionantes y felices de toda mi vida. Dolores crónicos incluidos. Pandemia incluida. Gracias, mamá. Gracias, papá.
Dr.
José Luis Bimbela Pedrola
Doctor
en Psicología. Máster en Salud Pública.
Granada,
Abril 2021
Webs de interés.-
Se abordó un tema muy interesante: el
anonimato en la donación de gametos. Un tema que, como sabéis, genera una gran
controversia actualmente.
Los ponentes fueron tres: Rocío Núñez
(bióloga), Alfonso de la Fuente (ginecólogo) y Fernando Abellán (abogado).
Este es el enlace: https://www.youtube.com/watch?v=sxFixdNoTRc
Artículo comentado.-
Ying Zhu, Li Zhang, Jin Fan,
Shihui Hana,Neural Basis of Cultural
Influence on Self-Representation NeuroImage 34(3):1310-6
Accesible en: https://citeseerx.ist.psu.edu/viewdoc/download?doi=10.1.1.125.9234&rep=rep1&type=pdf
Los autores parte de la base de que el entorno cultural
en el que hemos crecido estructura el cerebro de una determinada manera. En
concreto creen que la auto- representación del yo es muy diferente en las culturas
orientales y las occidentales, y que esta diferencia comporta un funcionamiento
cerebral distinto. De manera mas precisa establecen como diferencia entre
Occidente y Oriente que los primeros tienen una auto-imagen más independiente, en
tanto los orientales el “yo” queda diluido en la comunidad y la familia.
Mediante Resonancia Magnética funcional (fMRI) los autores creen que esta diferencia cultural puede ponerse de relieve. Para ello realizaron fRMI a 13 orientales y 13 occidentales (8 hombres y 5 mujeres en cada grupo) mientras realizaban una tarea de razonamiento. Esta tarea consistía en pulsar un botón para “si” u otro para “no” en relación a si un determinado adjetivo podía aplicarse a ellos mismos, a su madre o a un personaje público. Se seleccionaron 384 adjetivos, la mitad con connotaciones positivas y la otra mitad negativas, y cada adjetivo quedó emparejado con “madre”, “yo” o bien el personaje público.
está mediado por sustratos neuronales únicos, mientras que el yo
interdependiente de Asia oriental (por ejemplo, chino aquí) depende de la
superposición de sustratos neuronales para el yo y los demás cercanos. MPFC
juega un papel único en la autorrepresentación en términos de si está influenciado
por la cultura. Estudios anteriores han demostrado que el yo occidental es
diferente del yo de Asia oriental tanto en el nivel de comportamiento social
como cognitivo. El trabajo actual amplía esto proporcionando evidencia de
neuroimagen de que el "yo occidental" es diferente del yo chino a
nivel neuronal y sugiere que la cultura influye en la neuroanatomía funcional
de la autorrepresentación. Estos hallazgos de neuroimagen apoyan la visión de
la interacción de la biología y cultura en la formación de la mente y el
cerebro”.
Murcia
La Redacción