BOLETIN IATROS, OCTUBRE 2014
CIRCULO DE CIBERLECTURA
INDICE.-
Noticias.-
Comentario de libros.- Gold A, Lichtenberg P. The moral case for the clinical placebo. J Med Ethics 2014; 40: 219-24
Garret B. What is this thing called Metaphysics? Routledge, London 2006
Garret B. What is this thing called Metaphysics? Routledge, London 2006
Webs de interés.-
Welcome Library.
Artículo comentado.-Ezekiel J. Emanuel.- Por qué quiero morir a los 75
añosVídeos recomendados.- Selección de vídeos que ilustran procesos
moleculares intracelulares, con especial atención a la genética.
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Noticias.-
XXV- Congreso de entrevista Clínica y relación
asistencial.- Vuelve a Barcelona tras el exitoso congreso celebrado en el año
2000 un clásico de la sanidad española. Punto de encuentro por antonomasia de
todos los profesionales que inspiran su trabajo en el modelo centrado en el paciente. 7-9
Noviembre. Inscripciones e información: http://semfyc.eventszone.net/eclinica2014/
Comité de Bioética III Curso avanzado del Comité de Bioética de la AEP Organiza: Comité de Bioética de la AEP Ciudad: Avilés 21 noviembre 2014 - 22 noviembre 2014
http://www.aeped.es/comite-bioetica/eventos/2014/iii-curso-avanzado-comite-bioetica-aep
Comité de Bioética III Curso avanzado del Comité de Bioética de la AEP Organiza: Comité de Bioética de la AEP Ciudad: Avilés 21 noviembre 2014 - 22 noviembre 2014
http://www.aeped.es/comite-bioetica/eventos/2014/iii-curso-avanzado-comite-bioetica-aep
Comentario de libros.-
Gold A,
Lichtenberg P. The moral case for the clinical placebo. J Med Ethics 2014; 40:
219-24
La Revista Journal
of Medical Ethics, como todas las del grupo BMJ, ofrece en cada número un
artículo de acceso libre seleccionado por su director. Hemos elegido el que los
psiquiatras israelís Gold y Lichtenberg publicaron recientemente sobre la
moralidad del uso del placebo.
Como consideración previa, los autores defienden que
el tratamiento con placebos debe poner el énfasis en la intención de quien los
administra o indica, más que en cuestiones “quimicocéntricas” que abocan a
considerarlos meras sustancias inertes y por lo tanto, engaños, absolutos
tocomochos que faltan al más básico respecto al paciente. Para reivindicar al
placebo Gold y Lichtenberg establecen una serie de argumentaciones. En primer
lugar, reconocer que la visión del mecanismo de acción de los fármacos descansa
sobre un “bottom-up”, de modo que su
efecto terapéutico se debe a cambios en niveles de escasa complejidad (célula,
receptores, síntesis proteica) para obtener cambios en un nivel complejo
(organismo, con desaparición de síntomas o malestar). El placebo, en cambio,
tiene un fundamento “top-bottom”, va
del nivel más complejo, psicosocial, presidido por una expectativa de ayuda en
el paciente, una atribución de conocimientos especiales al médico y un contexto
relacional y social que define la relación médico – paciente, hasta el nivel
más elemental de la célula, los receptores o la síntesis proteica, como se
demuestra en numerosos estudios con procedimientos de neuroimagen que han
verificado que el uso de placebos produce cambios similares a los observados
con la aplicación del tratamiento activo. En otras palabras, si el medicamento
modifica desde lo elemental y estructural y funcionalmente básico, el placebo
lo hace desde lo psicosocial y funcional y estructuralmente complejo. Por lo
tanto, hablar del placebo como una sustancia inerte no ayuda a definirlo, toda
vez que no podemos atribuir los cambios a esa sustancia, precisamente por ser
inerte.
Por otra parte, el reconocimiento del nivel en que
opera nos debe llevar a concluir que existe placebo (acto) sin placebo (sustancia),
como sucede cuando las palabras optimistas del médico fomentan la mejoría y la
recuperación del paciente sin recurrir a ningún producto. El placebo es, por lo
tanto, algo relacionado con el cuidado y con la ayuda, va mucho más allá de que
la sustancia, cápsula o pastilla tenga unas propiedades farmacodinámicas
reconocibles. En este sentido, el mandato ético y deontológico de asociaciones
como la AMA, que prohíben a los médicos dar medicamentos acerca de los cuales
no creen que ejerzan una acción farmacológica específica está anclado en la
visión bottom-up de la mejoría
clínica y de la efectividad de las actuaciones terapéuticas y en un dualismo
cartesiano que ubica el terreno de juego de los cambios en la materia orgánica
artificiosamente separada de la “mente” o “alma”.
Y el placebo es efectivo especialmente en la
clínica. En la investigación (ensayos) su eficacia decae, muchas veces porque
el paciente, informado obligatoriamente sobre aspectos como los efectos
secundarios del fármaco activo, percibe que no los presenta, y concluye que no
está recibiendo el producto a estudio. Curiosamente, cuantos más brazos tenga
el estudio (esto es, cuantas más probabilidades tenga el paciente de recibir
tratamiento activo), mayor es la eficacia del placebo. Dicho de otra manera:
cuanto más racionalmente alta es la expectativa de que lo que uno recibe sea
efectivo, tanto más probable es que experimente su efectividad incluso si se
trata de un placebo. Llevado a la clínica, en la que el paciente no tiene por qué
pensar que recibe un producto inerte, la consecuencia lógica es que el placebo
debe ser muy eficaz para remediar el problema del paciente.
Los autores distinguen a continuación entre mentir y
engañar. Mentir es, nos dicen, dar una información falsa creyéndola falsa
(condición epistémica) y con la intención de que la persona a quien se le da la
información la crea cierta (condición intencional). Engañar es hacer
intencionalmente que alguien tenga una creencia falsa que quien la divulga cree
falsa, pero con la particularidad de que a través del engaño se persigue un
beneficio para quien engaña. Por lo tanto, frente a la mentira, el engaño reúne
dos condiciones específicas: la primera, no requiere necesariamente emitir una
proposición falsa, ya que puede bastar con decir algo aproximado o simplemente
con no decir la verdad; la segunda, el engaño solo es viable cuando el receptor
ha sido exitosamente convencido de la veracidad del aserto. El engaño, pues,
persigue la convicción y tiene el elemento egoísta de buscar el beneficio de
quien engaña, por lo que es moralmente más reprobable que la mentira.
A partir de aquí hay que preguntarse si la
administración del placebo entraña mentir o engañar al paciente. Hay que
señalar que algunos estudios han demostrado que informar al paciente de que
está recibiendo un placebo (es decir, administrarlo sin mentira ni mucho menos
engaño) no reduce su efectividad, siempre y cuando el médico lo aporte
remarcando que confía en su utilidad y en que no producirá efectos indeseables
al paciente. Es decir: si el médico administra un placebo creyendo, por las
circunstancias que sean, que va a ser útil, y explica al paciente que
efectivamente se trata de un producto inerte, pero del que espera eficacia, no
hay lugar a la mentira ni al engaño ni cabe cuestionarse en modo alguno la
moralidad de su uso.
El problema surge cuando el médico cree que el
producto no tiene acción farmacológica alguna, esto es, cuando administra un
fármaco inerte o cuya acción no está relacionada con la patología que sufre el
paciente (por ejemplo, vitaminas) y no explica al paciente esta circunstancia.
Ahora bien, aun creyendo que el producto carece de acción farmacodinámica, el
médico puede tener, en cambio, la creencia (e incluso la certeza, a partir de
datos empíricos) de que aportar esa cápsula inerte o esas vitaminas será eficaz
y útil para el paciente, al margen de cualquier consideración quimicocéntrica,
desde la que no cabe esperar acción alguna (visión bottom-up), en contraposición a lo que puede obrar el placebo,
desde una perspectiva psicosocial (visión top-down).
En este caso, nos encontramos con que dependiendo de la posición del médico el
acto será un engaño (y por lo tanto reprobable) o no lo será. Constituirá un
engaño cuando el médico pretenda obtener una ventaja de la inoculación de una
creencia falsa (efectividad del producto) en el paciente a pesar de que el
propio facultativo no crea que será eficaz. Pero si lo cree eficaz y se
persigue el beneficio del paciente no puede haber engaño. Eso sí: esta forma de
plantear las cosas nos lleva indefectiblemente a una posición paternalista que
chirría escandalosamente en el contexto de cómo se concibe la relación clínica
en nuestros días.
Para afrontar esta objeción, Gold y Lichtenberg
plantean, por una parte, lo que de saludable tiene el paternalismo en tanto que
beneficentista y orientado a la ayuda y, por otra y en contraposición, el
extremo caricaturesco en el que puede caer el principio de autonomía, expresado
en el consentimiento informado y el derecho a la información. Distinguen, en
este sentido, la información que podría desear recibir el paciente “razonable”
frente a la que exigiría el paciente “específico”. El grueso de los pacientes
quiere conocer datos sobre eficacia y efectos secundarios, pero no muestran un
particular interés por mecanismos de acción, salvo que sean individuos
“específicos” que, por el motivo que sea, quieren recibir información que en la
mayor parte de los casos sería “periférica”. Las informaciones periféricas son
las que no son directamente relevantes en relación con la eficacia y seguridad
de los procedimientos. Los autores recurren al ejemplo de una víctima del
Holocausto que desea saber si el medicamento que recibirá ha sido fabricado en
Alemania. Esta información, es “periférica” pero puede ser de gran interés para
ese paciente concreto y puede determinar su aceptación o rechazo del
tratamiento. Sin llegar a esas trágicas connotaciones podríamos imaginarnos un
paciente vegano que quiera saber si la gelatina de la cápsula que le recetamos
tiene origen animal. Una información a todas luces periférica si pensamos en el
grueso de los pacientes, pero que es “razonable” que demande, en sus
circunstancias “específicas”.
Ahora bien, cuando no existe esa preocupación “específica”,
omitir información “periférica” no sería reprobable. Y en el caso del placebo,
omitir la explicación de su mecanismo de acción no lo sería, porque facilitar
ese dato resultaría tan “periférico” (y posiblemente, pedante) como explicar a
un paciente la acción que ejerce sobre el enzima convertidor de la angiotensina
el antihipertensivo terminado en pril que se le receta (Gold y Lichtenberg,
como psiquiatras que son, ponen el ejemplo de la acción de los antidepresivos
sobre la serotonina, olvidando que es algo que en el mejor de los casos no pasa
de ser una hipótesis y no un mecanismo de acción verificado; es decir, algo
mucho más cogido por los pelos que la explicación de la acción de los los
priles invocando al enzima convertidor de la angiotensina). Si el médico sabe
(o presume con base) que el paciente no quiere recibir información “periférica”
no tiene por qué darla; es más: explicarle cómo funciona el placebo estaría tan
fuera de lugar y sería tan paternalista como detallarle el funcionamiento (la
farmacodinamia, el bottom-up) de un
fármaco y tan ridículo y contraproducente como parar la consulta para
explicarles otras técnicas no farmacológicas destinadas a la obtención de
información, consolidar el rapport terapéutico o fomentar la mejoría con
intervenciones verbales o relacionales.
Para desatascar la cuestión, los autores recurren a
una ética de la virtud, y señalan que las personas que han optado por una
profesión sanitaria han hecho su elección, sin duda, por condicionamientos que
tienen que ver más con la voluntad de aliviar el sufrimiento de los enfermos
que con el respeto escrupuloso de la autonomía y el derecho a la información.
Los profesionales que emplean el placebo (que se sitúan, según la literatura,
entre el 15 y el 80%), lo hacen desde el imperativo moral de la virtud y la
ayuda, guiados por la prudencia –la phronesis-
que les auxilia a la hora de equilibrar los conflictos entre beneficencia y
autonomía.
*Con convicción de que la confianza del paciente en
el médico es una de las fueraza principales que hacen posible el efecto
placebo, Gold y Lichtenberg plantean unos principios para el uso moral del
placebo que merece la pena recoger:
· *La intención del
médico debe ser benefíciente, y su única preocupación, el bienestar del
paciente
· *El placebo no
puede administrarse en lugar de otra medicación de la que pueda esperarse
razonablemente una mayor efectividad
· *El placebo es una
opción a considerar cuando el paciente no responda a tratamientos estándar,
presente efectos secundarios derivados del mismo o no exista un tratamiento
estándar para su problema
· *El placebo puede
ser definido tal y como es, pero no es necesario hacerlo. Basta con hacer una
declaración entre líneas de que la sustancia que se administra ha demostrado
ser eficaz en el problema de que se trate, aunque su mecanismo de acción no
está del todo determinado
· *Los placebos solo
deben usarse cuando exista evidencia empírica que permita considerarlos
potencialmente beneficiosos para el paciente (por ejemplo: dolor, depresión,
otras)
· *Cuando resulte
ser inefectivo deberá retirarse el placebo
· *El médico no debe
mentir. Debe responder honestamente cuando el paciente le pregunte acerca de la
naturaleza del tratamiento con placebo que ofrece y el efecto que puede
esperarse del mismo. Además, explicar los las intervenciones “top-down” puede
ser oportuno y contribuye a corregir la tendencia quimicocéntricas que impera
en Medicina
¿Qué puede decirse de
este artículo? Lo más reseñable es que intenta armonizar el uso del placebo
(una práctica supuestamente engañosa y acientífica) con una práctica ética y
moral. Los sanadores de todas las culturas se han caracterizado por un celo
especial, una protección extrema del secreto de sus conocimientos, que se
plasma en la institucionalización y ritualización de la formación en Medicina,
en cautelas sobre la transmisión de esos conocimientos, que pueden rastrearse
en el propio Juramento Hipocrático, y en los privilegios que conserva el médico
en cuanto a prescripción o protección frente al intrusismo. Buena parte de esa
materia reservada que aprendían los médicos tenía que ver con capacidades como
la movilización del placebo, que el enfoque tecnificado de la Sanidad actual ha
difuminado, al convertir al médico es una especie de algoritmo con patas mucho
más experto en enfermedades abstractas
que en malestares y sufrimientos individuales, y que ante una determinada
situación problema (un síntoma, un síndrome) ha de descartar hipótesis etiológicas, determinar las pruebas
complementarias indicadas y llegar al
tratamiento de elección oportuno. El
médico, así, se arma de conocimientos técnicos, perdiendo de vista que dos de las
características fundamentales de tales conocimientos su mutabilidad y su
provisionalidad, como demuestra un trabajo de Poynard et al (2002), quienes seleccionaron
artículos originales y metaanálisis publicados entre 1945 y 1999 acerca de las
hepatitis y las cirrosis. Una vez reunido tan ingente material, lo evaluaron a
la luz de los conocimientos en este campo en 2000, y encontraron que solo el
60% de las conclusiones de los trabajos estudiados originales eran ciertas y el
restante 40% se repartía casi a la par entre conclusiones obsoletas y meramente
falsas. El experimento les permitió calcular que la vida media de las verdades
médicas (en un campo relativamente “objetivable” como es la hepatología) no
pasa de 45 años, y que al ritmo actual dentro de 50 años sólo pervivirá el 26%
de los dogmas actuales. La consecuencia de estos hallazgos es que los valores
que deberían presidir la práctica médica son la prudencia y la humildad.
A pesar de ello, el paciente, sus vivencias, su malestar o su
sufrimiento quedan en un segundo plano. En paralelo, asistimos a un creciente
cuestionamiento de la figura y del saber del médico. Cada vez son más los
pacientes que buscan en webs y foros de Internet información y cercanía que no
siempre obtienen de sus facultativos. Para rescatar y revitalizar a la
Medicina, nada sería mejor que una sistemática investigación
sobre el fundamento y la potenciación del placebo (Miller et al, 2009). Tal vez habría
que revisar aspectos como el consentimiento informado, no para eliminarlo,
obviamente, sino para mejorarlo. Como apuntan Miller y Collocca (2011), el Arte
de la Medicina, entre otros elementos, incluye informar potenciando el placebo
y minimizando el nocebo. Informar sobre el uso del placebo como lo proponen
Gold y Lichtenberg va exactamente en esta misma línea.
Explorar la forma de presentar la información y no
denostar al placebo, sino más bien reconocerse como agentes placebo, deparará
beneficios a los propios médicos, aumentando su autoconfianza y ratificando su
fe en sus actuaciones, lo que reducirá el riesgo de enfermedades profesionales
como el llamado “síndrome del quemado”.
La capacidad de movilizar el placebo mejorará los resultados de los
tratamientos y tal vez podrá desterrar la recomendación recogida por Shapiro
(1959) y que se ha atribuido sucesivamente a Trousseau, Osler, Sydenham o Lewis: “Trata todos los pacientes que puedas con
fármacos nuevos mientras todavía sean capaces de curar”, una observación
tan sabia como cínica que condensa la pérdida de eficacia de los tratamientos
secundaria al creciente descreimiento de los médicos, un colectivo que está aún a tiempo de aprender a poner en práctica las
actuaciones que potencian el efecto placebo (entre ellas, por qué no, el uso de
“placebos” inertes) y para ello, sin duda, convendrá evitar frenos a su uso
basados en cautelas éticas que pueden representar una trampa más que una ayuda.
El artículo que comentamos es una original contribución para conseguirlo.
Miller FG,
Colloca L, Kaptchuk TJ (2009). The placebo effect: illness and interpersonal
healing. Perspect Biol Med; 52: 518-39
Miller FG,
Colloca L. The placebo phenomenon and medical ethics: Rethinking the
relationship between informed consent and risk-benefit assessment. Theor Med Bioeth 2011; 32: 229-43.
Poynard T, Munteanu M, Ratziu V, Benhamou Y, Di
Martino V, Taieb J, et al (2002). Truth survival in clinical research: an
evidence-based requiem? Ann Intern Med; 136: 888-95
Shapiro AK
(1959). The placebo effect in the
history of medical treatment: implications for psychiatry. Am J Psychiatry; 116: 298-304
Juan Medrano
Bilbao.
Garret B.
What is this thing called Metaphysics? Routledge, London 2006
B Garret |
Garret concede
mucha importancia al concepto de tiempo, y le dedica dos de los 12 capítulos
del libro. Distingue dos teorías que
llama Teoría A del tiempo y Teoría B. Para la teoría A no hay posible regreso
al pasado, lo pasado ya no tiene forma alguna de existencia, salvo nuestro
recuerdo. Ha existido y en cierta manera lo incorporamos al presente, pero
resulta del todo imposible retroceder.
Si lo imagináramos como una cadena donde cada instante es un eslabón, el
presente es lo único que existe de veras, y el tiempo existe precisamente
porque hay movimiento de las cosas, hay sucesión de instantes. Un Universo
hierático, congelado, dejaría de tener tiempo, no habría reloj de ningún tipo
que pudiera medir el paso del tiempo, porque el paso del tiempo es siempre algo
que se mueve, el sol en los relojes de sol, la desintegración de un átomo en
los relojes atómicos, los acontecimientos de mi vida si nos referimos a nuestra
percepción subjetiva del tiempo….
Para la teoría B existe una flecha de tiempo que va
hacia el futuro, pero podría ir hacia el pasado. Recordará el lector el cuento
de alejo Carpentier, “regreso a la semilla”, donde el protagonista en lugar de envejecer se aniña… Casi todas las
novelas de ciencia ficción apuestan decididamente por los viajes a través del tiempo, es decir, creen que el tiempo es una sucesión
de instantes que se superponen, y que en algún sentido continúan existiendo
aunque ya no sean presentes, aunque no constituyan el presente. Muchos físicos
creen en la teoría B, y de hecho la concepción de una flecha del tiempo
reversible es fruto de esta visión metafísica. El budismo también apuesta por
esta teoría B, pues aunque yo tengo la experiencia del presente mi consciencia
puede elevarse a un plano intemporal donde todo ha sucedido y está por suceder.
En el campo de la metafísica se usan con prolijidad
lo que llaman “experimentos mentales”. En el caso del tiempo Shoemaker propone el siguiente: imaginemos que existe
un mundo que cada cierto tiempo, pongamos 3 años, se congela completamente y de
manera súbita durante un año. Nadie se da cuenta porque al cabo de este tiempo
este mundo se descongela y todos continúan sus tareas como si nada hubiera
pasado. Sin embargo este mundo esta próximo a otro mundo de características
similares, que no se congela. Este otro mundo puede observar de alguna manera,
(telescopios, u otros medios), como se produce la congelación, y explicarles a
los habitantes de este mundo que sufren cada 3 años un período de congelación.
El problema metafísico que surge de este experimento
mental es el siguiente: si esta congelación sucediera a todos los mundos…
¿hablaríamos de un paso del tiempo “sin tiempo”? Si no existiera nadie que
pudiera observar el fenómeno porque este fenómeno fuera generalizado a todo el
Universo…. ¿podríamos hablar de un “tiempo congelado”? ¿O sencillamente sería
una fracción de tiempo “atemporal”, no cuantificable y por consiguiente no
existente? ¿Y si un mundo de seres racionales con relojes continuara “no
congelado”?.... si este mundo observara el resto de mundos congelados
indudablemente podrían hablar de este fenómeno como real…. Pero y si no
pudieran observarlo, ¿igualmente podríamos afirmar que existe unos mundos
congelados y otros no?
K.Popper |
En resumen, la metafísica se encuentra “delante” y
“detrás” de cualquier teoría o modelo científico, sea de la disciplina que sea.
Delante porque el científico ha tenido que imaginar un experimento ad hoc para
interrogar a la naturaleza, y dicha pregunta deriva siempre de una
interpretación que se hace de la realidad. Detrás porque los datos recuperados
de la naturaleza deben inscribirse en un modelo explicativo al uso, renovado o nuevo.
Francesc Borrell
Sant Pere de Ribes, Barcelona.
Webs de interés.-
15
millones de páginas de libros de Historia de la Medicina
En los próximos dos años, la
Wellcome
Library, en
asociación con Jisc, una fundación sin
ánimo de lucro dedicada a la tecnología digital, colaborará con nueve
instituciones para subir a la red nada menos que 15 millones de páginas de
libros médicos del siglo XIX, en lo que representará una enorme fuente de
información para investigadores de Historia de la Medicina, pero también para
investigadores de áreas como Historia, Humanidades, Arte e incluso Medicina
actual. Los textos ya escaneados y disponibles online proceden de la Wellcome
Library incluyen obras en diversos idiomas y se enriquecerán cuando se complete
un plan todavía más ambicioso que pretende que pueda accederse online a unos 50
millones de páginas de Historia de la Medicina para 2020.
La Wellcome
ha sido una pionera a nivel mundial en el empeño de facilitar el acceso online
a fondos históricos (como sucede con Wellcome Images, ya comentadas en este
boletín), facilitando su divulgación más allá de los entornos académicos.
Juan Medrano
Bilbao
Artículo comentado.-
Ezekiel J. Emanuel.- Por qué quiero morir a los 75
años
Ezequiel en la actualidad, dirige el Departamento de Ética Médica
y Políticas de Salud de la Universidad de Pennsylvania. En el articulo que
comentamos se plantea la decrepitud humana y la vida plena y la inutilidad de
vivir mas allà de un tiempo raonable, para él los 75 años:
“A los 75 años se llega a ese momento, aunque algo arbitrariamente
elegido, en el que hemos vivido una vida rica y completa y hemos
dejado, espero, los recuerdos adecuados para nuestros hijos. Si seguimos
viviendo el sueño del inmortal estadounidense aumentarán dramáticamente las
posibilidades de que no vayamos a conseguir nuestros deseos: dejar recuerdos
con vitalidad, ya que serán desplazados por las agonías del declive. “
Thomas Moore escribió hace tiempo que la muerte mas piadosa es la que
nos visita mientras dormimos. Ezequiel apela a
Osler, quien escribió en “Los
Principios y la Práctica de la Medicina”: “La neumonía pueden también ser
llamada la amiga de la edad. Ser llevado por ella suele ser una manera rápida y
no muy dolorosa cómo un anciano puede escapar a esos ‘matices fríos de la
decadencia’ tan angustiosos para uno mismo y para sus amigos”. A tenor de estas
palabras escrib e Ezequiel:
“Mi filosofía inspirada en Osler es esta: A los 75 años y más
allá, voy a necesitar una buena razón para incluso ir al médico, hacerme
cualquier examen o realizar cualquier tratamiento médico, no importa cuán
rutinario y sin dolor sea. Y esta dejará de ser una buena razón “Va a prolongar
su vida.” Voy a dejar de realizarme cualquier prueba regular preventiva,
exámenes o intervenciones. Voy a aceptar sólo cuidados paliativos -y no
tratamientos curativos- si estoy sufriendo dolor u otras discapacidades.”
Estas medidas las recoge en un documento de últimas voluntades, en el
que especifica que “voy a aceptar tratamiento para aliviar el malestar causado
por la sensación de asfixia, pero me negaré a que me trasladen al hospital”.
También propone que los países dejen de preocuparse por la longevidad
de sus habitantes: “Japón tiene la tercera más
alta esperanza de vida del mundo, 84,4 años (detrás de Mónaco y Macao),
mientras que Estados Unidos está en un decepcionante número 42, con 79,5 años.
Pero no habrá que preocuparse demasiado por medirnos con Japón. Una vez que un
país tiene una esperanza de vida más allá de los 75 años para hombres y
mujeres, esta medida debería ser ignorada. (La única excepción está en la
necesidad de aumentar la esperanza de vida de algunos subgrupos, como los
hombres negros, que tienen una esperanza de vida de sólo 72,1 años. Eso es
terrible, y debe ser un foco importante de atención). En su lugar, deberíamos
mirar con mucho más cuidado las medidas de salud de los niños, donde los
EE.UU. tiene unas cifras vergonzosas en los partos prematuros”.
Una determinación de este
tipo afectaría a los fines de la investigación
biomédica: “Una segunda implicación para la política se refiere a
la investigación biomédica. Necesitamos más investigación sobre la enfermedad
de Alzheimer y las crecientes incapacidades de la vejez y y enfermedades
crónicas; no investigación sobre cómo prolongar el proceso de morir”
Un comentario final:
frente a una toma de decisión de este tipo solo cabe el respeto; sin embargo …
¿resulta generalizable? En mi práctica
profesional suelo encontrarme con pacientes ancianos con severas limitaciones
que se aferran a la vida y no renuncian a su vacuna antigripal o exigen un
escáner…. Diría que son rotunda mayoría. ¿Están equivocados? Para ellos la vida
tiene sentido…. ¿por qué no lo tiene para Ezequiel, (mejor dicho, por qué
presume que no la tendrá al alcanzar la edad de 75 años)? ¿Puede avanzarse en
el tiempo y predecir que su vida en concreto dejará de tener sentido a los 75
años, o que en todo caso no merece la pena luchar por ella? ¿No cae en un
cierto utilitarismo del tipo: “quien no trabaja y es productivo no merece tener
un lugar en nuestra sociedad”? Asentar
una opinión de este tipo, ¿no conduciría a una gerontofobia? Preguntas que dejamos abiertas al lector.
Francesc Borrell
Sant Pere de Ribes.
Vídeo recomendado.-
Algunos lectores se han dirigido a la Redacción
solicitando mas información relativa a vídeos educativos en los que se observe
el funcionamiento de la célula, sus funciones básicas y la síntesis de
proteínas. He aquí algunas direcciones:
LA ESTRUCTURA DE UNA CELULA: este vídeo explica las
diferentes partes de una célula.
EL MOVIMIENTO DE UN LEUCOCITO VISTO MOLECULARMENTE:
este vídeo describe como un leucocito es capaz de aplanarse hasta el punto de
poder abandonar el torrente sanguíneo para pasar al espacio intercelular. Ello
lo logra haciendo y deshaciendo los microtúbulos que le dan una dimensión 3D.
COMO FUNCIONA LA MITOCONDRIA: EL CITOCROMO
Dentro de la mitocondria los citocromos realizan la
tarea mas delicada, con muchos aspectos aún por descubrir.
SINTESIS PROTEICA: somos máquinas que lo basamos
todo en la síntesis de proteínas. Las proteínas nos constituyen pero también
nos regulan. La síntesis de proteínas no se ejecuta directamente del ADN, sino el ARN (fuera del núcleo, en
citoplasma, en los ribosomas).
EMPAQUETADO DEL ADN: histonas, microsomas, cromatina.
TRANSCRIPCION:del DNA al RNAm
TRANSLACIÓN: del ARNm a la
Proteina
PARA UNA VISION GLOBAL:
La Redacción.-